27/07/2013

Jazzaldia 2013: día 3

Uno de los retos para el comentarista de jazz de los que no se suele hablar es cómo valorar la actuación de un septuagenario o de alguien aun mayor. Teniendo en cuenta su abundancia en este género, y que sólo por llegar a esas edades ya se les considera leyendas, los dilemas están ahí: ¿hay que ser “generosos”? ¿hasta qué punto? ¿Cómo se puede decir a alguien que debería retirarse? ¿Merece la pena meterse en semejante berenjenal?


La tercera jornada marcaba el arranque, por primera vez en el Jazzaldia, de una serie de actividades para niños, englobadas bajo el lema Txikijazz. No tenemos noticias directas, pero parece que la organización está relativamente satisfecha. El plato fuerte del día lo marcaban, no obstante, las actuaciones de Lee Konitz, Dave Douglas y Pharoah Sanders.

Basta que uno reproche la falta de seriedad de la lluvia para que nos riegue más seguido y con más persistencia. Y que la actividad pluvial esté totalmente en marcha para la hora del pase de Dave Douglas en la Trini, al aire libre.


Con prácticamente todo el público plastificado en verde botella se presentaron DAVE DOUGLAS y su quinteto, con Jon Irabagon al tenor, Matt Mitchell al piano, Linda Oh al contrabajo y Rudy Royston a la batería. Digamos ya que Irabagon es de Chicago y tiene ascendencia filipina, y que Oh es malaya y criada en Perth (Australia).

El quinteto de Dave Douglas (© Fernando Ortiz de Urbina)

Lo que hace Douglas con este quinteto no es más que hard-bop. Del siglo XXI, sí, pero con esos unísonos u octavas de tenor y trompeta, ese ritmo propulsivo y todo el sonido a madera que le saca Oh a su instrumento y, muy especialmente, la actitud del líder (al que se le escaparon citas de “I'm Beginnin' to See the Light” y “52nd St. Theme”), suena de verdad. Dedicarse a ese género que hoy vemos como tronco principal del jazz puede parecer un esfuerzo vano por mover un edificio a empujones, un enorme empeño a cambio de mejoras infinitesimales. Los solos de Irabagon, uno de esos músicos que no teme a su propia imaginación, aun cuando le lleve a citar el tema de “La Pantera Rosa”, son los barrenos ideales para ello.

Douglas, además, tuvo el detalle de dedicar un tema a Laurie Frink, fallecida hace apenas dos semanas, uno de esos personajes de cuya existencia se entera, el común de los mortales, tras su muerte. Frink era una virtuosa de la trompeta —fue primera silla de multitud de big bands— y, a tenor de las manifestaciones de grandes practicantes de su instrumento, como el propio Douglas, una gran profesora.


Después de Douglas se esperaba con expectación —y abultada presencia de aficionados francófonos— el recital de PHAROAH SANDERS. Al saxofonista se le recordará por sus discos, hijos de los convulsos sesenta, y por el padrinazgo de John Coltrane, el mejor espaldarazo posible en esto del jazz post-1960.

Aparte de que uno es muy libre de hacer con su repertorio lo que le venga en gana, es fácilmente entendible que una persona mayor sea algo conservadora y tímida con respecto al riesgo. Que alguien se dedique a la música no le hace distinto a los demás y, si quiere usted un héroe cerca, pruebe a serlo usted mismo.

Pharoah Sanders (© Fernando Ortiz de Urbina)

Así las cosas, efectivamente, Sanders se centró en Coltrane (sonaron “Giant Steps” y “Naima”), dejando un hueco a su mayor éxito, “The Creator Has a Master Plan”, con versiones larguísimas en las que dejó pista libre a su trío rítmico, Dan Tepfer (piano), Oli Hayhurst (bajo) y Gene Calderazzo (batería). Con espacio de sobra, los tres se explayaron sin perder la tensión del momento. Tepfer, sustituto de última hora, estuvo muy fino con sus rearmonizaciones de una secuencia tan singular como la de “Giant Steps” y su exploración del registro altísimo del piano.


Cosas que pasan en los festivales, a Sanders le falló su teclista original, William Henderson, y Tepfer le sustituyó aunque viniera de haber acompañado horas antes a LEE KONITZ, cuyo concierto en el Kursaal vino prologado por la entrega del premio Donostiako Jazzaldia, que el público aplaudió en pie.

Miguel Martín entregando el premio Donostiako Jazzaldia a
Lee Konitz (© Fernando Ortiz de Urbina)
Volviendo a las cuestiones de repertorio, con Konitz no hay vuelta de hoja. Uno va a verle a sabiendas de que va a sonar una selección de no más de diez temas. Y aun así, desde tiempo inmemorial, cuando los gigantes de esta música habitaban la Tierra, nunca deja de ser interesante. A sus 85 años no está para grandes exhibiciones de agilidad, pero su capacidad para meterse dentro de un tema y trocearlo, reordenarlo y reexponerlo es un arte al que la mayoría de músicos de jazz dedican toda su vida sin llegar a acercarse a estos niveles. Por restrictivo que parezca el método, esas secuencias de acordes son, en realidad, la única restricción.

A Konitz le acompaña en esta gira el que es, en realidad, el trío del baterista George Schuller (hijo del compositor, teórico, escritor y virtuoso de la trompa, Gunther Schuller), con Dan Tepfer (piano) y Jeremy Stratton (bajo), un grupo que ha logrado adaptarse al estilo del maestro, dándole mucho espacio para sus solos y otros comentarios sobre el discurso de sus acompañantes. El temario, sin sorpresas, incluyó “All the Things You Are”, una breve pero preciosa versión de “'Round Midnight” con Konitz especialmente dulce con la intro y la coda añadidas en su día por Dizzy Gillespie.

Lee Konitz con el trío de George Schuller
(© Fernando Ortiz de Urbina)
En un concierto no especialmente amable ni dulce, la música de Konitz nunca lo ha sido, el público estuvo señorial y le sacó, contra todo pronóstico, dos bises al saxofonista, el “Solar” de Chuck Wayne —y robado por Miles Davis— y una versión a capella de “Alone Together” con el único acompañamiento del público murmurando la nota tónica del tema.

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