30/04/2013

Veinte años no es nada

En el verano de 1992, mientras España empezaba a creerse lo que no éramos, yo pasaba hambre en las calles de Londres. No es que me faltase dinero. Tampoco me sobraba, pero prefería gastármelo en discos. Sólo en Oxford Street había dos HMV y dos Virgin, cuatro tiendas de discos de más de dos plantas cada una en algo menos de dos kilómetros de calle. Añádase Tower Records y otro HMV en Piccadilly Circus. Y después, de las especializadas estaba Ray's, entonces aún en Shaftesbury Avenue, con el jazz al nivel de la calle y el blues en el sótano. En las cuatro semanas que pasé de aquel agosto en la ciudad hice turismo, pero con los ojos puestos en las atracciones iba haciendo cuentas de qué me iba a llevar de vuelta, dónde lo había visto y por cuánto. No lo cuento con orgullo. Más bien como quien habla a otros adictos.

Viniendo de un pueblo pequeño y sin haber pasado realmente por Madrid o Barcelona, lo de Londres era el valhalla, la cueva de Alí Babá, la cornucopia. Un paraíso del que me llevé discos que me han marcado para siempre. Un doble de temas en directo de Charlie Christian; la primera versión del concierto de Benny Goodman en el Carnegie Hall; la edición de la italiana Giants of Jazz del concierto de Stan Getz y Jimmy Raney en el Storyville; las grabaciones completas de T-Bone Walker para Imperial. Y otros que la memoria ha dejado en el camino. Cosas que sabía que existían. Cosas que no sabía que existían.

La resaca de semejante borrachera desembocó un ejercicio de "stream of consciousness" que acabó siendo un relato en cuatro páginas manuscritas sobre lo que había visto en los estantes de tanta tienda. No me bastaba contárselo a todo el mundo de viva voz, tenía que ponerlo en papel. Lo que no alcanzo a recordar es qué me llevó a enviar el manuscrito a la sección juvenil del principal periódico de la provincia.

En el otoño de 1992, las únicas opciones para enviar un texto de una ciudad a otra eran, para este mortal común, el correo postal o el fax de la tienda de fotos que había cerca de casa. Esto fue por carta. Cosas que hace uno por impulso. Al fin y al cabo, mi adicción a la música grabada era cosa seria y acababa de regresar del paraíso, de constatar que existía. El subidón es fácil de explicar. Aun así, a quién se le ocurre mandar un texto escrito a mano al periódico de la provincia, un periódico de un talante más que conservador, decimonónico que, a pesar de todo, era pionero en la publicación de un suplemento para jóvenes en todo el país.

Días después sonó el teléfono. Era el periódico. Les interesaba lo que les había escrito, no me lo iban a publicar, pero me invitaban a colaborar con el suplemento.


Por aquel entonces yo era un pequeño perpetrador: perpetraba una relación con una chica, perpetraba una carrera universitaria y perpetraba atentados contra el orden musical con una guitarra. Supongo que por eso pasaron algunos meses antes de que se me ocurriera algo para mi estreno. Hasta que se me ocurrió, lo propuse y me lo aceptaron.

En mi caso la tecnología digital binaria consistía en teclear con mis dos dedos índices. No teníamos ordenador en casa, así que empecé con mi Olivetti Dora, pero al final tomé prestada la Lettera de mi padre. Ruidoso y cansado, sí, pero muy fotogénico. Perpetré el artículo unas cuantas veces. Prefería escribir versiones enteras y revisarlas que andar corrigiendo sobre la marcha. Dentro de plazo terminé y envié el texto. Por carta.

El periódico era El Diario Vasco de San Sebastián, el suplemento joven era el DeVórame, y mi mentor, Iñaki Zarata (realmente Zaratiegi, "zarata" es ruido en euskera). A Zarata no le faltaban críticos, pero aparte de montar el DeVórame y mantenerlo en marcha durante más de veinte años, a mí me enseñó a ir al grano, a recortar, a ponerme en segundo plano en las entrevistas (“¡las preguntas no pueden ser más largas que las respuestas!” “¡A mí me importa lo que diga el músico, no lo que digas tú!”). Lo que poca gente sabe es que era un editor brillante con la podadora. Yo solía comparar lo que se publicaba con lo que había mandado y lo marcaba en lo original. De aquellas lecciones que aprendí entonces sale buena parte de lo que sé, y además cobrando. Como decía mi madre, “al menos le sacas un partido a eso”, señalando a la colección de discos que, ¡oh, maravilla!, crecía sin que ella me viera entrar un disco en casa.

Después de aquel artículo vendrían otros, entrevistas, reseñas de discos, y el trabajo de tribulete para el periódico durante el festival de jazz de San Sebastián. Dejé aquello a la francesa y lo siento. Errores de juventud.

Hoy es 30 de abril y es martes, pero hace veinte años el 30 de abril cayó en viernes, el día en que salía el DeVórame. También se cumplían exactamente diez años del fallecimiento de Muddy Waters, una ocasión perfecta para recordar a todo el mundo por qué era un músico importante. A mí me lo pareció, a Zarata también, y salió a toda página.

Y así empezó todo esto.

1 comment:

Paco Macías said...

Me gustan todas tus entradas Fer, pero en esta me has llegado mucho más, tanto como para guardarla. Me van las historias tipo abuelo cebolleta, qué le voy a hacer.
Gracias por escribir y compartir.